Suficiente pasar caminando por la vereda impar de Rodríguez Peña y llegar a la esquina de Sarmiento, o dar dos veces la vuelta a la manzana en auto, o quizás -si el estomago no se contorsiona antes por el vació nauseoso- pararse dos minutos en la vereda de enfrente y pensar quién la vendió y la entregó, quiénes vivieron en ella, quién miró a su familia desde sus ventanas, quiénes fueron los artesanos que la construyeron, quién la diseñó.
Es algo mas que una casa, como la que de chicos en el barrio llamábamos una mansión señorial, cruzada en el centro de un jardín hermoso y rodeada de casas bonitas, con color y calor en puertas, ventanas y cercos. Es difícil imaginar un lugar así sin gente, sin chicos, sin perros, sin abuelos bajando de un auto para ir en busca de abrazo de nieto, o de chicas y muchachos planeando una salida después de la playa. Imposible imaginar que arrasarán los canteros de hortensias con cuentos de novias sin novios e historias de tías viejas culpando en su soltería a las pobres flores.
El dintel sobre una doble puerta lateral ya muestra una de sus piedras talladas a punto de caerse, seguro no resistió los mazazos que arrancaron el marco de madera dura ¿venderán piedra a piedra o un lote apilado de XX metros cuadrados? ¿se atreverá alguno de los nuevos protagonistas del “progreso” a ensuciar su trajecito gris o la camperita de cuero pisando el estrago? … Probablemente no les provoque la violencia moral que hoy sentimos los que putiamos frente a la demolición en marcha, sin cartel. Mejor dicho con cartelito semioculto para escapar a la vergüenza profesional de arquitecto apadrinando la destrucción de una forma de arte con indudable atractivo cultural y turístico por algún diseño simplón, pero con amenities.
Dos señoras con un fibrón y cartulinas blancas de procedencia escolar – de ingenuidad escolar- mantienen apoyado en la reja el mensaje acusatorio que lastima la memoria por su vigencia temporal ( años!!!!???), dice: “TAMBIEN LA DEMUELEN”. Pero la danza de la “memoria” es la jugada sobre el pasado, el premio consuelo de recordar con nostalgia lo que ya no está, ponerle valor en lágrimas a lo aplastado y borrado con indolencia por falta de planificación adecuada, equilibrada.
Sin duda se seguirán acumulando cartulinas de indignación y expedientes con denuncias nunca leídas por funcionarios “de nivel”, recibidas a desgano en el municipio por muchachos que en mostrador dirán “tienen razón pero no se puede hacer nada”, sabedores de que no serán jamás contestadas, y como un eco resonante agregarán los clásicos comentarios sobre la guita que se mueve en varios clubes de amigos, la presión bruta de la UOCRA argumentando necesidad de empleo, la irresponsabilidad de los políticos jugando a dos y tres puntas para escapar tangencialmente a la repetición del mensaje sinuoso: estamos con ustedes, vayan al frente con todo, dirigido a todo destinatario, sea vecino afectado, martillero interesado o miembro de un fideicomiso que impulsa una obra de altura sobre la medianera de un inmueble con reconocimiento histórico patrimonial.
Las dos personas que cargan un sábado a la tarde de un fin de semana largo una puerta lustrada de cedro macizo y molduras con rebajes curvos de ebanista, no parecen obreros, ya que una especie de disfraz de clandestinidad en pullovers de varios colores, ausencia de cascos, miradas torvas huidizas de las fotos de los vecinos manifestando, pretende distanciarlos de la reja artística que a quince metros de distancia nos mantiene aferrados a este nuevo perímetro que encierra en pleno 2011 la letanía de las fotos sepia de aquella antigua Avenida Colón de nuestros padres y abuelos en su derrumbe de los años sesenta y setenta, sólo que ahora la onda expansiva abarca treinta calles en Chauvin, Primera Junta, Stella Maris, Divinos Rostro y el frente costero remanente.
Vecinos tristes, ciudadanos desalentados en sus derechos y una verdad en los hechos: paredón y después, un expediente más en el demoledor Expreso de la Medianoche Marplatense.
Rolando A. Dominé